Los discursos habían quedado allá arriba, sobre la tumba empedrada. Ahora bajábamos casi en silencio, como alucinados por aquella vibrante homilía colectiva que significaban las palabras de hijos y nietos hasta la séptima generación… yo recordaba levemente el camino que aprendí a mis 5 años, llevando la comida de los peones. La memoria se negaba hacerme felíz, después de ver aquel descalabro de mis primeros patios, donde mi papá me enseñaba la mejor ruta de la vida… Pero, estoy escribiendo sobre la rama felíz… Me acompañaba Jaime Rodríguez, a veces Dennis, mi hermano; a veces solo y bajando yo sentía que la gente seguía ascendiendo por la tostada del Torito…
Los colmenares de gente en la casa de la comadre Chela y en los alrededores. La música flotaba y las mujeres que jugaban barajas parecían estar en una gallera… una felicidad universal en todos los rostros. Yo comentaba con Manuel Guerrero la hilaridad y la hermosura de las primas venidas de todas latitudes. A Orlando, por fin, se le veía calmado, pero también alzado, felíz por sus logros. Cuestión de justicia. Pedro Rodríguez parecía un sol con sombrero de plata. A Grego se le salía la servicialidad de las manos y Cheo con la risita de siempre. Por este Día puedo decir que realmente el serio era mi ahijado Wilman. No sé qué dirán los demás. Ah Mundo! Carolina, mi bella prima, mi guardespalda en estas cuestiones de mis discursos, realmente se portó bien esta vez. Gracias, prima!.
Paula estaba quietecita por allá por el patio de la casa. Pedro Manuel, mi hermano, se había convertido prácticamente en el jefe de protocolo del acto en honor al abuelo y lo seguía siendo desde la calle que pasa frente a “La Rodriguera” Tista, el hermano Rodríguez, mayor, estaba contemplando desde su silla las miles de escenas de los recién llegados y casi amoratados por las tantas manos afectuosas que pasaron por su hombro. La Tía Josefina, con la prudencia de siempre, felíz y llorosa, cuidando los pasos de las primas de Valencia y de los primos de Maracay… y llegaba gente de caracas, de Punto Fijo, de Barquisimeto, de Guanare, de San Carlos, primos sobre primos, primas sobre primos, primos sobre primas… la gente de San Felipe, ¡Ay Sorángel, Sorángel! Probando siempre un palo, del cocuy de los primos. Era como la Dama de las Camelias en aquella reunión. Parecía que se había ganado un Bono de la Salud, Eufórica y pendiente de Manuel Herrera, su valiente marido… Gustavo Guerrero seguía siendo el mismo muchacho, famosamente preguntado por toda la gente de Maracay… Edgardo Guerrero… Llegó mucho más tarde, pero con la misma zanganada de otros tiempos. Chucho Guerrero, Irina, Amarilis y Ariadna, fascinados con ese ambiente cocuy-café y los abrazos fuertes y atronadores de los primos… El gordo de Edgardo cómo gozó, rió, y comió! etc, etc, etc…
Aquello fue un fin de semana espectacular: comidas, humo, risas, apretones cada ratico. Parece que nadie tenía tiempo de ir a orinar siquiera. La comadre Chela parecía una Divina Pastora en medio de aquella algarabía. Todas las ollas hirviendo y lo mismo las grecas de café. Los hijos e hijas de los primos eran un solo río de atenciones, de amorosidad, de servicio, de amalgama en todo aquel gran anillo de primazgo… Los vecinos parecen haber huido del pueblo. Maritza, preocupada, desde lejos asesorando a Orlando y las esposas de los otros primos Rodríguez Alvarado o Rodríguez Meléndez, ahí, codo a codo en la celebración. Su hospitalidad se apoderó del Torito.
“Primo somos todos” fue la consigna que gritó Pedro Rodríguez con una cerveza en la mano… Llegó el momento en que todos éramos jefes, como me lo dijo Jaime Rodríguez, es decir, que cada quien, cada primo, cada prima que se presentara por su propia cuenta…
Esta es la rama felíz, como la del café bien “parío”, la que venía desgranándose desde tempranas horas… los viejos estamos paraditos por obra y gracia de estos muchachos y estas muchachas. Todos llevamos ahora un corazón nuevo… todo aquello era un alborozo, una fiesta, una quimera, un sueño del que nos va a costar regresar. Gracias, mis primos. El tiempo lo hicimos real nosotros mismos, desde la memoria lejana del abuelo y llegando hasta la risa inocente de unos niños, como Paola y las tantas miniaturas como ella que no tuvimos tiempo de conocer… Allá quedaron las palabras. Nosotros tuvimos que venirnos. La vida es así, como la rama felíz que se desgrana hasta la cosecha que viene… La fiesta continuó en La Rodriguera.
17 agosto 2009